Hoy tuve la satisfacción de escuchar a alguien que decía lo que sabía con la soltura de quien sabe lo que dice. Me refiero a Oriol Tramvia, catalán, de unos 50 años, que visitaba la provincia.
Un artista que no se reconoce a sí mismo como tal, sino que alega que él es otro, con la modestia de los inspirados.
Sorprende cuando dice que Córdoba le pareció una ciudad frenética, por la cantidad de citas artísticas que tenía programada. Y llama la atención su sorpresa genuina, no forzada, del fragor y la abundancia de la juventud, que lo impactó al llegar, y comparó con Europa, donde se ven más viejos, y donde las personas primero se realizan profesionalmente, y después de los treinta, recién comienzan a pensar en una familia.
Confiesa hacer lo que le gusta, aunque ello le proporcione bolsillos más bien flacos, renegando, no despreciando, de trabajar en una fábrica, honrando a quienes deben hacerlo para comer.
Nos leyó algunos de sus trabajos, mostrando sus aptitudes actorales, donde resaltan la sencillez de las ideas, la claridad de las figuras que define y la expresividad de sus gestos. Demuestra en ellos como es posible cambiar la ira por ironía.
Nos aconsejó, sabiendo que nosotros intentábamos escribir, que lo hiciéramos con constancia, pues ésta es el motor del escritor. Como ejemplo nos mostró su libreta, que lleva siempre consigo donde, explicó, escribe hasta en el ómnibus.
Que más se puede decir de un artista natural. El impacto de su presencia realmente moviliza los sentidos y despierta profundas sensaciones.