Una tarde de domingo. Un día para recorrer caminos desconocidos.
Por la ruta 38, hasta Villa Giardino, allí doblamos a la izquierda en la estación de servicios, tomamos la avenida principal de la villa, hicimos dos cuadras de camino consolidado y, por fin, nos adentramos en El Camino de los Artesanos.
Una vía de escaso ancho, de tierra, pero con muy bellos paisajes. A su vera encontrábamos, cada tanto, a izquierda y derecha, pequeñas construcciones y muy bien terminados bungalows, todos con carteles indicadores que informaban el tipo de artesanía que se ofrecía en el lugar.
En un primer momento lo recorrimos completo, hasta empalmar con el camino que, desde el oeste, venía desde La Cumbre, y hacia el este se dirigía hacia Ascochinga.
Veíamos un valle al costado, con frondosa arboleda que invitaba a parar, donde se percibían edificaciones de los más variados tipos, con sendas que llevaban a ellas, con sus respectivos carteles. Más adelante, una pared rocosa bordeaba el camino. Luego, toda esa pared rebosaba de enredaderas.
¡Combinaciones de verdes, ocres, amarillos, con árboles florecidos en rosa, en blanco, en azul! ¡Qué espectáculo increíble, la naturaleza plena!
Al llegar al final de la senda, dimos la vuelta, pero esta vez con la intención de detenernos en alguno de los puestos que habíamos observado.
Primero paramos en El Jardín de Yaya, donde un hombre, alto y delgado, nos invitó a pasar. Había allí tallas en madera de diversos tipos, pero lo que más llama la atención es la cantidad de conservas que presenta. ¡Dulces de las más diversas frutas! ¡Salsas, chutney y conservas de todo tipo! Cuando le consultamos, nos explicó que, prácticamente todo, lo producían en el lugar.
Seguimos nuestro camino y paramos luego en un bungalow muy llamativo, donde el sonido de los carillones resaltaba sobre todo lo demás.
Más adelante estaban los decanos de los artesanos, el lugar que fue el comienzo de esta muy buena idea. Bajamos a conversar con quienes allí estaban. Ellos nos contaron que esto se inició como una idea de un grupo de artesanos, hace unos quince años, por el ’85, que querían un lugar para ofrecer sus artesanías. La Municipalidad de Villa Giardino los autorizó a ocupar un lugar, al lado de la escuela, en el sitio donde se encuentran actualmente, donde construyeron, con sus propias manos, y con cosas que les regalaron, un quincho donde exponen sus productos.
Nos comentaron que, hoy está todo muy difícil, pero que en una época, la venta de sus artesanías, durante la temporada, les permitió construirse la casa, comprarse un auto, y vivir holgadamente el resto del año.
Nos despedimos, quedando comprometidos a pasar otro domingo por allí, y sentarnos a tomar unos mates y a conversar con ellos. ¡Gente muy solidaria, los artesanos! Esto no ocurre en la ciudad y vale la pena conocerlo.