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Cartas-->Carta de un argentino a otro -- 01/07/2002 - 23:31 (Oscar Alberto Vázquez) Siga o Autor Destaque este autor Envie Outros Textos
A quienes protestan porque las medidas económicas les “atraparon en el corralito” los ahorros de toda una vida, o de los años que fuere, les pregunto ¿Qué hicimos durante todo el tiempo en que duró la convertibilidad?
Muchos de nosotros depositamos nuestros excedentes en los bancos, pensando que de ese modo nos asegurábamos el futuro. Otros compramos bienes, durables y de los otros, o adquirimos propiedades, nuestra única casa habitación, o la de fin de semana, o para renta, o un local, o un galpón más grande para la fábrica.
Todo ello fue posible porque la ley de convertibilidad determinaba una paridad de uno a uno entre el peso nuestro y el dólar. Y aprovechamos la oportunidad para hacerlo.
Pero, ¿Nos preguntamos a costa de qué sacrificio se mantenía esta paridad? ¿Quiénes pagaban o pagarían esa soberbia de creer que un país que, poco a poco, cerraba sus fábricas, producía cada vez menos, aumentaba su desempleo, aumentaba desconsideradamente su deuda externa, no para hacer obras de infraestructura, sino para mantener sueldos, y aumentar gastos superfluos, podía mantener una ficción semejante?

La hipótesis que todos manejábamos era que mientras estuviéramos dentro del sistema y pudiéramos usufructuar de un dólar a un peso, en el país no había problemas graves que nos afectaran.
La tesis que ni siquiera nos planteábamos era que esto duraría para siempre, porque somos argentinos y nos lo merecemos por derecho divino, olvidándonos de la historia y de nuestra propia historia.
¿Y el resultado? O mejor dicho ¿La realidad, que es el más cruel de los resultados? Está a la vista.

Hacia finales de 1994 se produjo, en Méjico, la crisis del “tequila”. En Argentina comenzaron a caer las primeras empresas, que dejaron sin trabajo a miles de empleados, las verdaderas víctimas de nuestra desidia. Cuando el mundo superó esta instancia, nosotros volvimos a la “normalidad”, sin siquiera modificar un ápice nuestra conducta: el Estado gastaba más de lo que recaudaba, nosotros gastábamos lo que el país no tenía, y pidiendo prestado seguíamos con nuestra forma de vida.
Luego vinieron otras crisis, en lugares tan lejanos como el Asia, o Rusia, que nuevamente provocaron, en nuestro país, el cierre de más empresas, el achicamiento del aparato productivo, que nuestros productos quedaran fuera de competencia con el resto del mundo, por lo que siguió aumentando el número de desocupados, de personas que, de estar en el sistema, de la noche a la mañana dejaban de estarlo. Pero ni siquiera esa alarma nos modificó los hábitos.

En esta triste historia hay victimarios, pero no nos pongamos en el papel de víctimas porque, como poco, hemos sido cómplices por acción o por omisión.
Claro, hoy gritamos reclamando nuestros derechos, los que alegamos violados desde fines de 2001, cuando ya es tarde para mucho y temprano para muy poco. ¿Y mientras las fábricas cerraban y miles de compatriotas pasaban a engrosar las estadísticas de la desocupación y la pobreza, no se nos ocurrió pensar en la violación a uno de los más elementales derechos humanos, como lo es el derecho a un trabajo digno? ¡No! Porque no eran “nuestros” derechos si no el derecho de otros, y que algo habrían hecho o dejado de hacer para merecerlo.

Hoy nos rasgamos las vestiduras, y gritamos y pateamos por lo que consideramos nuestros derechos vulnerados. Nuestros políticos, elegidos, bien o mal, por nosotros mismos se esconden por la ineptitud demostrada para el manejo de la cosa pública. Nuestros intelectuales, economistas o no, elucubran miles de soluciones, imposibles de llevar adelante. Nosotros, ciudadanos de este país, debatimos horas y horas, y escuchamos y leemos miles de programas y artículos que opinan de cómo se debe hacer para salir de la crisis que nos agobia, pero siempre opinando que debemos ser ayudados por otros.
Me pregunto ¿No deberíamos ser más humildes y pensar nosotros mismos en cómo salir de esta crisis? Otros países que han tenido crisis más terribles que la nuestra, con guerras que diezmaron su población, lograron salir ¿Cómo? Con la voluntad de su pueblo, con la honestidad de sus dirigentes, con el esfuerzo del trabajo diario, sabiendo que clase de país querían, sin pensar en que eran los mejores del mundo.
Deberemos comenzar desde abajo, desde el principio, sin esperar que los demás sientan que es su obligación ayudar a Argentina, con sacrificio, con responsabilidad, con seriedad, con dignidad, sin culpar a otros por lo que nos pasa, cumpliendo con las leyes a rajatabla, con respeto por lo que hacemos y por lo que hacen los demás, realizando cada uno su trabajo, pero mirando al lado para ver, además, a quien puedo ayudar. Hasta que no entendamos que no será fácil que las cosas vuelvan a funcionar como antes, estaremos perdidos, sin encontrar el rumbo correcto.
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