El día, de luminoso al pensar en verte, se transformó en negro al saberte enferma. Sé que tu enfermedad te afecta profundamente, y que viene de los años de tu historia. Sé también que, en esos momentos no deseas verme, ni quieres estar conmigo. Te alejas y recluyes en tu casa, a la espera de sentirte mejor, pero sientes que no puedes aceptar mi ayuda.
Y yo desespero por ayudarte. Quiero darte mi corazón, mi alma, mi vida, si ello ayuda a que mejores.
Te imagino como un pequeño animalito desvalido, desprotegido, sujeto a la salvaje voracidad de esta selva en que vivimos, escondiéndote de los peligros que sientes acechantes. Y mi corazón se estruja de dolor, pues no encuentro qué puedo hacer para protegerte, para cuidarte, para ayudarte a curar ese mal.
Después de hablar por teléfono contigo, donde me dijiste que te sentías muy mal, y que deseabas ver al médico, y luego retirarte a tu casa, a dormir, mi corazón se fue con vos. Solo pude buscar un lugar a solas, donde llorar mi impotencia. ¡Quiero gritarle a tu mal, que te deje en paz, que se las tome conmigo! ¡Quiero gritarle a la vida, que deje de crearte tristezas, y te permita la felicidad que te negó y que te debe!
Ahora solo puedo esperar, con el alma acongojada, pues deseo ocuparme de ti, que eres quien necesita ayuda. Luego veré como reparar las heridas que ello me provoca, y que no te son atribuíbles, sino producto del profundo e inmenso amor que tengo por vos.