de Carlos Rogério Lima da Mota
***Adaptado para o espanhol por Rodrigo Teixeira & Javier Ortega
Hay niños por todos lados, mujeres implorando a Dios por la salvación de sus hijos, enfermeros corriendo, médicos estresados... Esta es la rutina de todo A.C.I (Área de Cuidados Intensivos), infantil. Con los cabellos desarrumados y la ropa simplona, la joven busca, el lecho número 22, pues allá está su hijo de cinco años, en coma, hace dos días, víctima de una leucemia. Al no conseguir un donador de medula compatible, el niño empezó a adelgazar rápidamente. Y la joven madre, viuda hace algunos años - su esposo falleció de la misma enfermedad, empezó a vivir en el hospital, con la esperanza de que al menos el hijo se curase de ese mal; esperanza esa que moría a los pocos, por el hecho del agravamiento de la enfermedad.
Una brisa fría baja del cielo, invade el corredor, toca los cabellos, acaricia la cara... ¡La sensación de perdida es inquietante! Juana llora, teme entrar en el cuarto y no más encontrar a su pequeño Juan. Como duele el corazón de una madre ante la pierda de un hijo, ¿no es? ¡Talvez sea el peor de los dolores ya concedidas por la naturaleza!
Al entrar en la habitación, encuentra su madre, una señora de sesenta y pico años, orando en susurros. En la otra punta de la habitación, su suegra, con el esposo, acompañan todo en profundo silencio, no hay más nada a hacer por el nieto, a no ser que aguardar su encuentro con lo desconocido.
El aparato que acompaña los latidos cardíacos del niño suena, el pánico toma cuenta de los presentes, mientras el médico y algunas enfermeras entran al lecho. Los ojos de la madre, de un rojo sangre, miran al del doctor, que tenso, pide a todos que se salgan del salón.
_ ¡Mi hijito! ¡No lo dejen morir! ¡Sálvenlo!
_ ¡Haremos lo posible, pero ahora salgan! ¡Necesitamos espacio! ¡Por favor!
_ Salven a mi hijito – implora la mujer, en llanto, agarrándolo por el brazo.
_ ¡Por favor! ¡Déjame ahora!- le pide uno de los responsables, tentando librarse de la mujer para, talvez por la última vez, revertir el paro cardiorrespiratoria del pequeño. ¡Enfermeras, saquen a esas personas de aquí! ¡Ya! Y me traigan el desfibrilador... ¡Ahooooooora!
Antes que las enfermeras cumpliesen las ordenes del doctor, la joven, después de mucha resistencia, termina empujada por los propios familiares al corredor. Y desde allá ve los intentos clínicos de resucitación.
_ ¡Tenga fe en Díos, mi hija! – suplica su madre, con los ojos llenos de lagrimas. Nuestro señor Jesucristo escuchará nuestras oraciones...
_ ¿Qué Jesucristo? ¿Quién es ese? – habla Juana, golpeando las paredes.
_... ¡Es el hijo de Dios, mi hija!- contesta la madre.
_ ¿Dios? ¿Quién es Dios? – pronuncia, en una mezcla de rencor e incredulidad. ¿Quién es Dios? ¡Él no existe! se llevó a mi marido y ahora se lleva a mi niñito...
_ ¡Tu no sabes lo que dices, mi hija!
_ ¡La señora es una estúpida! ¿Será que está ciega? Su nieto está por morirse y tú continuas creyendo en ese cuento de hadas... – dice la muchacha, mientras mira el niño recibir un nuevo choque. ¡Y Dios ninguno está aquí! ¡Qué Dios es ese que ve un niño sufrir y no hace nada!
_ ¿Por que blasfemas así, Juana? ¡Dios está aquí sí! – dice la mujer, con una de las manos agarrando con fuerza su Biblia mientras la otra acaricia los cabellos de la hija.
_ ¿DOOOONNNDEEEE? ¡Quiero verlo! ¿Dónde esta? ¿Si tú estas aquí, Dios, que aparezca... vamos, no sea flojo? – grita, enloquecida, por los corredores. ¿Dónde estas?
Su madre se pone a llorar, siendo prontamente atendida por los padres de su fallecido yerno.
_ ¡DIOS NO EXISTE, MI MADRE! ¡DIOS NO EXISTE! ES MÁS UNA DE LAS CREACIONES DE LOS HOMBRES DEBILES... – grita, adelantándose, a los tropiezos, por el corredor. ¡DIOS NO EXISTE! ¡NUNCA existió!
En ese momento, después de dos intentos, el corazón de Juan vuelve a pulsar... ¡más una vez! El médico, no cree que aquello fuera posible, sonríe, aunque sus ojos estuviesen llenos de lágrimas.
_ ¡Esto es un milagro! – afirma una de las enfermeras.
_ ¡Milagro!!? Sea lo que sea, una cosa es cierta: en toda mi vida, y mire que son muchísimos años, nunca he visto un niño querer vivir tanto como Juan. Cuando pienso que él morirá, vuelve a vivir, como si aún no hubiera cumplido su misión en este planeta. Ahora, dejemos que descanse... ¡no quiero a nadie aquí! Este niño... bien, diga a su madre que...ah, ¡o mejor no diga nada! ¡VAMOS!
Cuando salen, son abordados por la familia del niño y para evitar aún más tumulto, todos son llevados a un salón reservado.
La puerta se abre, otro doctor entra en el cuarto y se aproxima a Juan, con visible serenidad estampada en su rostro. Tocando al chiquito por la muñeca, pregunta:
_ ¿Y tu me conoces? – pregunta al niñito, en una voz debilitada.
_ ¡Digamos que sí! ¡Vine a despertarte! ¡Haz dormido por mucho tiempo! ¡Ya es hora de despertar, para jugar con los otros niños!
_ ¡Yo estoy muy enfermo, señor! – titubeo el chiquito.
_ ¿Enfermo? ¿Quién te dijo? Tú ya estás muy bien, mire en ti mismo, percibe el aire de la VIDA invadir tus pulmones, correr tus venas, bombeando la sangre que lleva esperanza y amor a todo su cuerpo...
_ Pero… Yo tengo una enfermedad...
_ ¡No hay enfermedad alguna! – lo interrumpe, con el semblante iluminado por una sonrisa celestial. Mire... - el hombre le da la mano y, lentamente, lo levanta -... ¿Quién está enfermo es capaz de levantarse de la cama para abrazar a un viejo como yo? ¡No! Quién está enfermo, fenece como las flores en el invierno; no irradia vida como los pájaros en la primavera.
_ ¿Entonces yo ya no tengo más nada? – pregunta el niño, con los ojos llenos de luz, como si lo que había pasado hace poco nunca hubiera existido.
_ ¡Exactamente! Está es la hora de ir salir de aquí, ¿no crees? Hay un mundo que te espera, pero, mira, nunca te olvides de este día...
Los dos se abrazan.
_ Ahora me necesito ir, hay otros que aún necesito visitar antes de irme. Sabes no es nada fácil cuidar de las personas, porque lo que está en juego todo el tiempo es la vida humana, el mayor bien divino, y que el hombre debería cuidar con todo el amor posible.
_ Pero infelizmente, el hombre aún no aprendió a amar y no sé cuanto tiempo más tendrá para conseguir realizar ese hecho... Pero vamos cambiar de asunto, eso es conversación para adultos ¡y no para un niñito lindo como tú! Antes que me olvides, te traigo un regalo... - el hombre le da un carrito. Espero que puedas jugar mucho aún con él.
Minutos pasan...
Suena una alarma en el lecho 22. El médico y los familiares corren para el cuarto, la posibilidad de que Juan se entregara a la oscuridad de la muerte es plena. Al entrar, todos empiezan a llorar. Juan está sentado en la cama, sonriendo, con los ojos grandes vivos y la carita tomada por un brillo sólo visto en una madre al tener su primer hijo.
_ ¿Qué está pasando aquí? – pregunta el médico à enfermera que sonó la alarma.
Ella nada responde.
_ ¡Madre! ¿Tú también estás aquí? Pensé que me habías dejado... – habla el niño, en una grande felicidad, cundo ve su mama entrar en la habitación.
_ ¡No, mi hijito! – con las palabras temblantes así como su carne, arrugada por el sufrimiento. ¿Tú estás bien? Pero... pero... doctor – mira al médico, ¿Qué está sucediendo aquí?
_ ¡DIOS EXISTE, MADRE! – dice Juanito, ya en los brazos de la madre.
_ ¿Qué estas diciendo, hijito?– pregunta la mujer, asustada, como si no hubiera aceptado la afirmativa de Juan. ¿Quién existe?
_ ¡DIOS! Aquel hombre que vino a visitarme dijo que papá no te fue retirado, tu misión en la tierra ya había sido cumplida, que era traerme al mundo.
_ ¡No entró nadie aquí, doctor! Eso lo puedo garantizar, pues me quedé todo el tiempo junto de la puerta - afirmaba una de las enfermeras, asustada con el relato del menor.
_ Hijo, mírame, y dime sólo la verdad... ¿Quién estuvo aquí?
_ Un hombre, él también debe ser médico, porque él sana a las personas y hasta jugó conmigo.
_ ¿Con ese carrito? – interrumpe a la madre de Juan, mostrando el juguete y mirando con fervor a los ojos de la hija.
_ ¡Ese abuelita! Con ese carrito...
_ ¡ENTONCES DIOS EXISTE! ¡Que bueno saber! Y mejor aún, que es capaz de hacer en nuestras vidas aún cuando nosotros no creemos en él ¿No es así, Juana?– exclama la señora, con la cabeza altiva y el semblante fijando directamente en los ojos de su hija.
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