Siempre fui hormiga, viví como hormiga, pensé como hormiga.
¡Y qué hormiga! De las coloradas, esas que, cuando sienten miedo o se asustan, pican muy fuerte y lastiman.
Durante años, todos los días, caminé en la fila, sin preguntarme nada, sin cuestionarme nada, detrás de otra hormiga y delante de otra, cada una de nosotras cargando aquello que creíamos útil e imprescindible de ser almacenado en el hormiguero.
¡Y fui feliz!
¿Fui feliz? Eso es lo que siempre creí.
Trabajé hasta el cansancio para atender a las otras hormigas que quedaban en el nido, cumpliendo ellas también con aquello que creían era lo más importante.
Así viví, día tras día, mes tras mes, año tras año, sin mirar ni adelante, ni atrás, ni a derecha, ni a izquierda, ni arriba, ni abajo, solo caminando y cumpliendo con un destino que sentía inevitable porque, según pensaba, para eso había nacido hormiga.
Mas un día, de pronto, sin imaginarlo ni buscarlo ni presentirlo, oí una canción. Un canto muy bello que provenía desde un jazmín...
-- ¿Desde cuándo los jazmines cantan? Me pregunté.
Y por primera vez en toda mi vida miré hacia un costado y arriba, hacia donde yo pensaba que estaba la fuente de ese sonido tan dulce. Por supuesto que, desde mi realidad de hormiga no percibí absolutamente nada. Pero ya me había hecho la pregunta y no podía escapar a su hechizo.
Por supuesto, las hormigas somos hormigas, pero algo en mí se quebró y me atrapó la curiosidad.
Mientras tanto el jazmín seguía cantando, según creía yo.
Por primera vez también, me desvié de la fila y caminé, caminé y caminé, atravesando un inmenso jardín que semejaba una selva, hasta el pié del jazmín que, para mí como hormiga, estaba a kilómetros de distancia.
Lo hice con muchísimo miedo, mirando atrás a cada paso, hacia donde la fila seguía su inexorable camino, y preguntándome si hacía bien o mal en alejarme de la seguridad de lo que siempre había hecho.
Luego de mucho caminar, logré llegar al jazmín.
Ya no veía la hilera de hormigas ni el hormiguero. Me invadió el temor de estar solo conmigo mismo, de no depender de nadie ni que nadie dependiera de mí.
-- El jazmín no canta, me dije.
¿Y entonces? ¿De donde surgía ese canto?
Decidí, no sin estar muy asustado, trepar por el tronco de la planta.
¡Qué tarea difícil!
Ya no tenía una hormiga adelante ni otra atrás que me evitara pensar y me facilitara el camino. Tenía que lograrlo yo solo.
Seguí adelante, aunque más de una vez estuve tentado a desistir, a abandonarlo todo y regresar a mi vida de hormiga vulgar y corriente que sigue la fila, una más del millón de hormigas que vivíamos en el hormiguero.
Una y otra vez volví sobre mis pasos. Y una y otra vez decidí avanzar sobre el tronco.
Así llegué a donde el tronco se dividía en ramas.
-- ¡Qué complicación! Pensé.
Yo, que nunca había elegido, hoy tenía que decidir por cual rama debía seguir.
¡Y el canto seguía llenando mis sentidos!
Él fue el que logró que me decidiera y optara por la rama de la izquierda y, escuchándolo siguiera adelante.
De ese modo continué escalando el jazmín, de rama en rama, de una más gruesa a otra más fina. Y así subí y subí...
De pronto, al superar en la última rama, el escollo de una hoja, encontré la fuente del sonido que me había guiado hasta allí. Quien cantaba era una cigarra, que me miró como solo una cigarra puede mirar a una hormiga.
Verla y quedar prendado de ella fue una sola cosa.
-- ¿Una hormiga enamorada de una cigarra? ¡Qué absurdo! Pensé.
Pero, así como el canto me sacó de la fila, este era un hecho que no podía negar.
Miré hacia abajo, con miedo, y vi la hilera de hormigas que seguía trabajando, sin haber notado que yo había abandonado la fila.
-- ¿Qué haces aquí? Me preguntó la cigarra.
-- No es tu lugar, sino el mío, me dijo.
-- Escuché tu canto, y descubrí que, a pesar de ser hormiga, ese canto me hacía sentir cosas que ni siquiera había imaginado que pudiera sentir, contesté.
-- ¿Porqué son tan lógicas y estructuradas? Las veo acarrear cosas hacia ese lugar que llaman hormiguero. ¿Y para qué? Me preguntó.
-- Porque es necesario acumular alimentos para el invierno, para el momento en que éstos escaseen, le expliqué. ¿Tú no lo haces? Pregunté a mi vez.
-- No. Yo tomo lo que la vida me dá. Vivo cada momento intensamente. Disfruto el sol de la tarde sobre las hojas, el perfume de una flor, la belleza del vuelo de los pájaros, el titilar de una estrella, la armonía de una canción.
-- Pero, ¿y cuando no tengas qué comer?
-- Pediré ayuda. Te pediré que me des de comer. ¿Me lo negarías?
-- No, ya no podría negártelo. Me enseñaste que la vida no solo está adelante y atrás, sino a izquierda y derecha, arriba y abajo, adentro y afuera.
-- ¡Quiero ser cigarra! Dije muy convencido.
-- ¿Porqué no somos lo que somos, nada más? Yo siempre seré cigarra y vos, hormiga. Cambiar este estado de cosas es imposible. Pero siendo hormiga puedes intentar vivir de modo especial, como cigarra, no olvidando que hay algo más importante que acumular objetos.
Luego de un largo, muy largo silencio, durante el cual la miré profundamente a los ojos, descubriendo todo un mundo distinto al que conocía, respondí
-- Tienes razón... pero no puedo. Acabo de darme cuenta que si trato de vivir como cigarra o si solo vuelvo a ser hormiga, en ambos casos saldría lastimado.
Y continué
-- Si tratara de vivir como cigarra, cada vez que volaras con otras cigarras no podría seguirte, y me lastimaría despacio, me consumiría.
Y sí solo vuelvo a ser una hormiga común, perdería todo aquello que ahora he descubierto importante.
Solo puedo volver recordando lo que hoy descubrí, como una hormiga especial, con todo lo que he aprendido. Cambiar de ser una simple hormiga a lo que ahora siento, producirá un dolor muy intenso al principio, pero luego se atenuará poco a poco. Elijo la herida de una sola vez, es menos cruel, más sano.
Solo deseo que, cuando escuche cantar a una cigarra y mire hacia el jazmín, recuerde, como algo hermoso, que cierta vez elegí comenzar a vivir.
Y que vos, cuando mires hacia la hilera de hormigas, desde tu rama, lo hagas con el afecto que el tiempo da a las cosas que pudieron ser más, y sientas que hay una hormiga que te lleva en el corazón, concluí.
Con un adiós y una pena en el alma, comencé a bajar del jazmín, rama por rama, hasta llegar al pié de la planta.
Lentamente recorrí el camino inverso, con mucho esfuerzo al principio, más rápidamente después.
Y volví a mi lugar en la fila, como corresponde a toda hormiga, pero sintiéndome una hormiga especial, diferente, sabiendo que, además de acumular alimentos para el invierno, existen otras cosas que tienen que ver con el amor, con el sentir, con el vivir...