“Nació en Asturias, en 1890. Sus padres, también asturianos. Con el tiempo se enteraría que, muchísimos años atrás, un antepasado suyo había emigrado del país vasco, de donde derivaba su apellido. Se llamaba José y era el último hijo de una familia de cinco hijos, todas mujeres excepto él. Sus padres eran campesinos que trabajaban todo el día, todos los días del año, labrando una pequeña fracción de tierra que les permitía obtener las verduras que consumían y donde, además, criaban un par de vacas y unas cuantas cabras, que les proveían leche y carne. Nunca había salido de ese, su lugar, salvo un par de veces en que acompañó a su padre a vender algunos productos a la feria del pueblo más cercano, que quedaba a dos días de carro de su casa.
Cuando cumplió dieciocho años, estalló una revolución en una de las colonias africanas, por lo que comenzaron a reclutar a todos los jóvenes de su edad, para enrolarlos en el ejército, y enviarlos a combatir la rebelión.
Su padre desesperó, pues no quería perder a su único hijo varón en una guerra que ni siquiera entendía. Realizó contactos con ciertas personas que le dijeron que podrían sacarlo de allí, rumbo a América, por una cifra altísima. Sin importarle este hecho, vendió todo lo que tenía con tal de salvar a su hijo.
La salida de España fue realmente difícil. Lo escondieron dentro de una bolsa de papas, a la que le cosieron la boca con hilo y lo subieron en una barcaza, junto con todo un cargamento de bolsas de papas. Esta embarcación recorrió durante dos días el estuario de un río, hasta desembocar en el mar. Su madre le había provisto de algunos alimentos y una vejiga con agua, para el viaje, que administraba con sumo cuidado, pues no sabía cuando podría salir de la bolsa.
Una mañana la barcaza se acercó a un gran barco carguero, al que trasladaron todas las bolsas, incluída la que él ocupaba, y depositaron en la bodega. Luego el buque levó anclas y se dirigió a mar abierto, en su viaje a América. Recién cuando estuvieron en altamar, lo sacaron de su escondite, y pudo respirar nuevamente aire puro y desentumecer los músculos que sentía agarrotados. Preguntó, sin mucha curiosidad hacia donde se dirigían, ya que para su situación, cualquier lugar le daba lo mismo, pues todo sería comenzar de nuevo, solo, lejos.
-- Vamos a América, al puerto de una ciudad muy importante, de un país que está naciendo y necesita gran cantidad de mano de obra, al sur del continente, le contestaron, por lo que es relativamente fácil encontrar algo que hacer.
Al llegar lo asustó lo grande y bullicioso de la ciudad por lo que, luego de realizar los trámites de inmigración, decidió abordar un tren que se dirigía a una ciudad del interior, donde le informaron que podría conseguir trabajo.
Pasaron los años y se transformó en un hombre, alto, rubio, de ojos color miel, de mirar franco y frontal, carácter retraído, con la nostalgia de la distancia y el desarraigo pintado en el rostro, de físico robusto por la dura tarea diaria.
Cierto día, en una de las raras reuniones sociales de aquella pequeña ciudad, vio unos ojos que lo conmovieron, como los que él veía en sus sueños. Ella también había quedado sorprendida por su mirada, al punto que no pudieron dejar de mirarse. Cuando se acercó para conocerla, descubrió, angustiado, que era casada según lo marcaba su sortija. A pesar de todo, y sin importarle demasiado, decidió seducirla. Tuvieron una noche especial, como nunca antes vivieran ninguno de los dos. Al amanecer se separaron. Ella con la decisión de no volver a verlo. Él, con la desesperación de haber encontrado el amor de su vida, y perderlo, todo en el mismo instante.
Con esta terrible carga en su alma, se dedicó de lleno al trabajo, y nunca más intentó acercarse a mujer alguna.
En sus momentos libres, se convirtió en un lector adicto. No dejaba tema sin leer, con avidez de conocer, de aprender, y de evadirse de su dura realidad de solitario.
Respecto a la vida y la muerte había leído, como muchos, sobre el tema de la vida después de la muerte, pero tenía sus dudas. Algunas de las cosas leídas no llegaban a convencerlo. Recordaba lo del túnel, con una luz muy fuerte al final, donde supuestamente, quienes habían logrado volver de la “muerte”, vieron personas y escucharon voces, que dejaron de ver y oír cuando regresaron a la “vida”. Se vieron a sí mismos “muertos”, rodeados de otras personas vivas, que trataban de reanimarlas, hasta que lo lograban y retornaban a esta “vida”. ¿Realmente estuvieron muertos? ¿Volvieron a la vida o no la habían dejado nunca?
Sufrió la pérdida de los pocos amigos muy queridos que tenía, pero ninguno de ellos había “regresado”, por lo que dudaba realmente de esta especie de creencia o leyenda, y la tomaba como una trampa de la mente, una jugarreta de los sentidos.
Vivió en soledad, hasta pasados los ochenta años, con los problemas lógicos de esa edad, algo sordo, y con grandes dificultades visuales.
Un día, mientras intentaba cruzar una calle, un automóvil que se desplazaba a demasiada velocidad, no pudo esquivarlo, y lo atropelló violentamente. Ni siquiera se enteró que había muerto, aunque a partir de allí las cosas tomaron un cariz desconcertante. Como a mucha distancia sentía las voces de las personas que se arrimaron a ayudarlo, aunque ya era tarde. Al principio sintió las sirenas y las voces de los médicos y enfermeras que trataban de reanimarlo. ¡De pronto se vio a sí mismo tendido en el pavimento, rodeado de guardapolvos blancos, uniformes policiales, y gente, mucha gente intentando ver que pasaba! ¡Vio las ambulancias, los patrulleros y el auto que lo atropellara! ¡Era una visión increíble, aunque, por alguna razón, no estaba asustado!
La visión comenzaba a diluirse y tendía a desaparecer, y él sentía que flotaba en un líquido suave, agradable, cálido. Y veía el túnel, del que sintiera hablar y del que no creía. En el extremo opuesto al que se encontraba, había una luz muy intensa, y sentía aquellas voces que pensaba eran una ilusión.
En cierto modo deseaba ir hacia las voces y la luz, pero por otro no quería dejar ese lugar seguro donde se encontraba. ¡Lo sorprendió una fuerza inmensa que lo forzaba a pasar por el túnel! Luego de duros y dolorosos forcejeos, pues no quería salir, perdió toda fuerza de voluntad, y se sintió impelido hacia la otra punta del túnel. De repente, todo terminó y se encontró en los brazos de una mujer que, no le cabían dudas, era un partera, de las que ayudaban en los nacimientos. Veía un cordón, que reconoció como el cordón umbilical, que lo unía a una mujer, al útero de una mujer, que estaba recostada en una camilla, pariendo. La partera tiró del cordón y extrajo la placenta, luego lo cortó y cerró con un nudo, como se acostumbraba en ese tiempo. Quería hablar, pero no articulaba palabras, y solo lloraba, como lloran los bebés. Quería explicar que él era un adulto, que lo había atropellado un auto, pero seguía llorando. No podía parar de llorar.
Otra mujer lo tomó en sus brazos y acercó a la que acababa de parir, diciéndole
-- ¿No es lindo el bebé? ¡Es un hermoso varoncito! ¡Mirá bebé, a tu mamá!
Realmente no entendía nada, estaba pasmado. Al frente de esta mujer, que decían era su madre había un espejo, y la sorpresa superó todo lo que podía esperar. Observó su cuerpo. Era el de un bebé recién nacido. ¡Y para colmo con deseos de mamar la teta!
¡Era increíble! ¡Un instante antes estaba cruzando una calle, y ahora estaba en brazos de quien era su nueva madre!
¡Trató de decirles que no había muerto, sino que había nacido nuevamente pero, para terminar de sorprenderse, no lograba hablar! ¡Su mente funcionaba como siempre, pero el resto del cuerpo no respondía a nada de lo que el cerebro quería!
Recostaron a “su madre”, y lo pusieron en su pecho para que mamara. Entró un hombre que por las cosas que decía, supuso el marido de esta mujer, quien ahora era “su padre”, quien estaba orgulloso del “hijo” recién nacido.
Pensó ¿Si esto sucede cuando una persona muere, cómo es que nadie jamás recordó las cosas que le pasaron, y que él sí recordaba? ¿Hubo una falla de la naturaleza, que no borró la memoria anterior? ¿Por alguna razón, Dios no borró los recuerdos? Nunca lo pudo saber. En ese momento solo entendía que el túnel del que hablaban, era el útero de una mujer que estaba pariendo, la luz al final del mismo correspondían a las de la de la habitación donde se estaba produciendo el parto, y las voces pertenecían a la partera y a las otras mujeres que ayudaban en el trance. Era como comenzar todo de nuevo, una nueva vida, pero parecía otra dimensión. Con el tiempo se enteraría que había nacido nuevamente en 1890, en el mismo lugar que en su vida anterior.
REPETIR UNA VIDA
Su vida se repitió, casi como un calco de la anterior. Todo igual, aunque los demás parecían no percibir nada de lo que sucedía. Por las dudas él mantuvo silencio con respecto a su experiencia, pues tenía dudas que ello fuera realidad, y no fuera solo un sueño del que despertaría en cualquier momento.
Todo se desarrolló como él ya sabía que pasaría. Todo, hasta encontrar a aquella mujer que lo había deslumbrado. ¡No lo podía creer! ¡Esta vez ella no estaba casada! Inmediatamente se acercó y entabló una relación que, con el tiempo, la convirtió en su mujer, completando la felicidad que se le había negado en su vida anterior.
Pasó el tiempo, tuvieron hijos, compartieron momentos buenos y malos, pero siguieron unidos por aquel amor, que fuera imposible en otra dimensión, pero que se transformara en realidad en esta nueva oportunidad que le diera la vida, por causas que él ignoraba, pero atribuía a Dios.
Esa mañana se despertó, como la mayoría de todas las mañanas de su vida, cuando el despertador comenzó su protesta de timbre. Era una persona normal, con una familia normal. Su nombre actual... Carlos. Ese día de octubre de 1950, cumpliría los 60 años. Algo excedido de peso, con unos ciento cinco kilos, y una altura de un metro noventa centímetros. Cabello ondulado, indócil, al que peinaba con fijador, en una época, negro oscuro, en ese momento con bastantes canas, que sumaron años pero no estaba seguro que le agregaron sabiduría. Ojos color del tiempo, muy inquietos e inquisidores, que aún a esa edad miraban todo con curiosidad. Carácter en general fuerte, a veces girando a duro, para ocultar su miedo a parecer débil. Aunque solía tener momentos de melancolía, casi depresiva, en general era optimista, emprendedor, y siempre dispuesto a hacer o conocer algo nuevo.
Amaba a su familia y amigos, y a pesar de esa actitud agresiva, tenía buenas relaciones con casi todos con quienes se relacionaba, mezclado con alguno que otro roce, pues reaccionaba mal cuando suponía una agresión o presentía que intentaban lastimarlo.
En 1950, se vivía una época de revolución social, donde se modificó la situación de los trabajadores, quienes fueron sometidos casi a nivel de esclavitud por la oligarquía dominante, y que hoy se organizaban en gremios y sindicatos, llevándolos a defenderse y pelear por sus derechos. Era un momento de grandes cambios, pero también de persecuciones políticas de aquellos que pensaban distinto. Como siempre, en el país, la situación pendulaba de un extremo a otro, sin puntos intermedios. Trabajaba en el Ministerio de Economía de la Nación, en la Capital, donde lo obligaron a afiliarse al Partido gobernante, pero no opuso resistencia, pues en aquel entonces no era un luchador, sino en general pacífico, y lo asustaba la violencia. Por ello no tenía problemas, pero quienes se oponían, perdían el trabajo, o debían exiliarse.
Por su experiencia anterior, había dedicado gran parte de su tiempo libre a investigar sobre la vida y la muerte, sobre el tema de la vida después de la muerte, pero no lo convencían pues él ya sabía que sucedía.
Ese mismo día debieron internarlo de urgencia en una clínica, por varios infartos sucesivos, cada uno de ellos más grave que el anterior, productos de una vida sedentaria y un trabajo estresante. En la sala de terapia intensiva, semiinconsciente, con tubos y cables en todo el cuerpo, veía pasar a todos sus seres queridos. ¡Todo volvía a repetirse! Las voces de los médicos, de las enfermeras, y de quienes lo visitaban.
En un momento, su corazón dejó de funcionar, y mientras todos trataban de hacer algo para salvarlo le llegó la muerte. Sentía que se alejaba de aquel, que había sido su cuerpo y lo veía en la camilla, rodeado por un montón de gente con guardapolvo, que gritaban cosas que no entendía. Luego salía de esa sala, como en un sueño, y veía a todos sus familiares y amigos, llorando desconsoladamente. Y nuevamente veía el túnel. ¡Otra vez se repetirá todo! ¿Volvería a nacer en 1890, para repetir su vida, una y otra vez?
¡No quería dejar a su mujer, de la cual estaba perdidamente enamorado! Pero ¿Cómo evitarlo? Se opuso con todas sus fuerzas, pero luego de duros y dolorosos forcejeos, pues no quería morir, otra vez perdió toda fuerza de voluntad, y se sintió impelido hacia la salida del túnel. De repente, todo terminó y se encontró en los brazos, esta vez, de un médico que, no le cabían dudas, era un obstetra. Veía el cordón umbilical, que lo unía a una mujer, al útero de una mujer, tal cual la otra vez.
LOS PRIMEROS AÑOS
Según se enteró, esta vez había nacido en octubre de 1950. ¡La misma fecha de su nueva muerte! ¿Qué ocurrió? ¿No se repetiría la vida infinitas veces? Esta duda lo descolocó. Tendría que estudiar esta nueva faceta. Al poco tiempo del “nacimiento”, sus padres se trasladaron a otra ciudad, en una provincia mediterránea, y allí se quedaron hasta hoy, donde lo criaron y educaron, hizo nuevos amigos, y comenzó otra “nueva vida”. Fue bautizado con el nombre de Mario. ¡Quería decirles que antes se llamaba José, y luego Carlos, pero aun no hablaba! ¡Solo pudo llorar como todo bebé de meses! Por supuesto todos los presente creían que lloraba por el agua que volcaba el cura sobre su cabeza, lo que les parecía tierno, mientras a él lo desquiciaba ese nuevo cambio de nombre.
Durante esos primeros tiempos, vivieron en un departamento, en el centro, a dos cuadras de una plaza, y del colegio donde cursó los primeros años de colegio primario, y en el que hoy se levanta un importante shoping. Allí nacieron sus “nuevos” hermanos, con quienes nunca habló de lo que le sucediera, ni ellos le contaron haber pasado por igual experiencia, por lo que no podría asegurar que pasaron por lo mismo, aunque suponía que esto era general para todos, solo que él lo recordaba y los demás no.
Allí también, estaba cuando se produjo una revolución que derrocó a quien gobernaba, cuando era Carlos. Recordaba a los aviones disparándose unos a otros, a gente corriendo de un lado a otro, armada y tiroteándose con otros. Su madre, por supuesto quería mantenerlo encerrado, pero él seguía con su carácter curioso e indomable, que tenía en la vida anterior, más una gran audacia que antes no poseía, por lo que escapaba a la calle o se subía sobre el techo a mirar.
A propósito de sus padres, ellos también eran descendientes de españoles, que vinieron a la Argentina en busca de un mejor futuro, pero mucho más jóvenes de lo que él era en el momento de su “muerte”. Si no hubiera pasado lo que pasó, en lugar de tener en ese momento cinco años, habría tenido la edad del abuelo paterno.
No había olvidado lo pasado pero, después de varios años no tenía la misma certeza que al principio, de las cosas que le rondaban por la cabeza, y por momentos dudaba que fueran realidad o solo la imaginación. De todos modos mantuvo el silencio anterior, y tampoco comentó con nadie lo que sabía que le había pasado, por temor a ser considerado un loco, porque eso es lo que hubiera ocurrido. Para colmo, al mirarse al espejo se daba cuenta que su cara no era la misma de ninguna de sus dos vidas anteriores, salvo por los ojos. Y así fue creciendo, con ese secreto muy bien guardado.
Cuando terminó el colegio primario, comenzó el secundario. En ambos casos se destacó, por la experiencia acumulada que tenía, y que no había perdido, porque no se borró la memoria de sus otras vidas. De ambos le quedaron amigos y conocidos, a quienes tampoco escuchó que contaran una experiencia parecida a la suya.
Alguno de ellos le resultaban familiarmente conocidos, como si hubiera estado con ellos en otro momento. ¿En otra vida, en otra dimensión? ¡No lo sabía! A uno, en particular, lo sentía como a un hermano. Cuando le contó confidencialmente lo que pensaba que había ocurrido (la “muerte” en otra vida y el “nacimiento” en ésta) se sorprendió de la “ocurrencia”, aunque no le pareció tan descabellada. Lamentablemente, ya adultos, él murió de cáncer, pero en realidad, por lo que le pasó a él, pensaba que su amigo habría pasado a la “dimensión” siguiente, a su “vida” siguiente, que es donde suponía que estaba.
En esos años de adolescencia, junto con ese amigo, leían libros de un autor, que se decía era un lama tibetano, quien explicaba que los seres humanos morían y renacían permanentemente, pasando a un estadio superior con cada nueva vida, hasta llegar a la perfección, a la luz. ¿Sería esto lo que le pasara a él? ¿Sería lo mismo que le pasó a su hermano, a su amigo y a su cuñada? Todos habían “muerto” en esta nueva vida. Es probable, pues todos ellos eran personas muy especiales, por lo que no sería ilógico pensar que avanzaron otro escalón.
LOS AÑOS SIGUIENTES
Luego de terminar el colegio secundario, entró en la Universidad, a estudiar Licenciatura en Física, pero esa no era la carrera que lo apasionaba. Traía en su memoria la Economía, por el trabajo de su vida anterior, y esto influyó para que abandonara la Física y estudiara la carrera de Contador Público.
Entre una y otra carrera, viajó a la Capital, para intentar reconstruir la vida anterior. Por lo que recordaba, vivía en una casita clásica de esa época, en una calle tranquila, de un barrio de la ciudad. Cuando llegó al lugar encontró un edificio de doce pisos, de departamentos y oficinas. Al preguntarle al portero, éste dijo que no recordaba la fecha exacta en que lo construyeron, que él estaba allí desde que lo terminaran, pero que tenía más de veinte años, que era su edad en ese momento. ¡Quedó totalmente desorientado! Le preguntó si conocía a una familia de su antiguo apellido, que viviera en el barrio, y contestó que jamás lo había oído nombrar. Le aconsejó que preguntara en un autoservicio que estaba en la esquina, que antes había sido un almacén, pero que los dueños eran los mismos, y llevaban allí más de cuarenta años.
Al acercarse hasta el lugar, solicitó hablar con el dueño. Con ciertas dudas, porque el aspecto que tenía no parecía tan normal como él creía, pues su cara reflejaba sorpresa y angustia, lo llamaron. Cuando apareció no lo reconoció, ni recordaba haberlo visto nunca. Repitió las preguntas, a lo que el almacenero respondió de la misma manera que el portero. ¡Ya no sabía si estaba equivocado de calle o de número! Pero no. Al verificar los datos coincidían exactamente con los que recordaba.
Pensó que si había “muerto” en 1950, en la misma fecha en que “naciera” de nuevo, al ocurrir esa, su muerte, el viejo cuerpo tendría que estar enterrado en el cementerio del lugar, por lo que fue hasta allí. ¡No figuraba en ningún registro! Recorrió, por las dudas los otros cementerios ¡Y nada! Luego decidió presentarse en el Registro Civil, convencido que toda muerte se registraba allí. ¡Una nueva sorpresa! ¡Tampoco estaba anotada allí, aunque si lo estaba el nacimiento! Era como si “el antes” nunca hubiera existido, ni él ni la familia que tenía en su vida anterior. ¡Estaba absolutamente desorientado! ¿Lo que pensaba habría sido una trampa de los sentidos? ¡No! De eso estaba seguro. ¿Sería cierto que al morir se cambiaba de dimensión, aunque otras cosas fueran iguales? ¡No podía darse una respuesta! Y volvió a su ciudad.
Otra cosa que lo desconcertaba era el aspecto. No tenía nada parecido al de la vida anterior, pues era delgado y diez centímetros más bajo que antes, con cabello lacio, castaño claro. Solo en los ojos se encontraba consigo, con el mismo mirar, el mismo color y la misma profundidad en la mirada. En esos momentos sabía, estaba convencido que lo que pensaba era cierto, que venía de otra dimensión o vida primaria.
Aunque le dolía y se negaba, siempre el recuerdo volvía, cada vez con más nitidez. Recordaba intensamente a la mujer amada.
Comenzó a preguntarse ¿Qué pasaba con quien se suicidaba? Suponía que su alma quedaría en suspenso hasta que llegara el verdadero momento de su muerte, en que recién volvería a renacer en otro cuerpo.
¿Porqué moría un bebé o un niño? Entendía que era porque realmente había cumplido con el objetivo que tenía fijado en su vida anterior, y debía avanzar más de un escalón de una sola vez, pero no podía evitar pasar por cada una de las distintas dimensiones. ¿Por eso es que nacía y moría enseguida? Probablemente.
¿Porqué alguien moría más joven y otro moría más viejo? Pensaba que se debía a cómo había cumplido en ésta, su actual vida. Si llevaba a cabo los objetivos y recorría el camino elegido siendo honesto consigo mismo y con los demás, solidario con quienes lo necesitaban, y amaba profundamente a sus semejantes, sería lógico que muriera joven y pasara al siguiente estadio, al que presentía mejor que el anterior.
¿Y los animales? ¿Qué pasaba cuando morían? Según una teoría, de origen hindú, esas eran las primeras vidas de la escala que había que recorrer, lo cual era posible.
¡De todos modos, no tenía ningún tipo de evidencia científica para demostrar nada, salvo su propia experiencia! Debido a esto abandonó todas las elucubraciones, y dedicó su tiempo a estudiar Ciencias Económicas, tratando de no pensar en lo que torturaba su mente.
LOS ULTIMOS AÑOS
Pasaron los años, hasta cierto día en que conoció a una mujer, que atrajo su atención de inmediato. ¡Cómo sería la sorpresa al reconocer en sus ojos, los ojos de quien fuera su mujer en la otra vida! ¡Y peor aún, ella no lo había reconocido!
A pesar de todo, de no reconocerlo, él miraba sus ojos y sabía. Sentía en la profundidad de los de ella, que se había encendido una chispa de atracción por él.
¡Le costaba creerlo, pero estaba seguro de haber encontrado a quien fuera su mujer, en su vida anterior! ¡Tenía certeza de esto, no le cabían dudas! Ella reunía en sí, las mismas características que tuviera en su otra vida, aunque su rostro y su cuerpo no fueran los mismos (los suyos tampoco). Además, se complementaban a la perfección, como si se hubieran conocido desde siempre, lo que sabía era una realidad.
¿Cuánto les quedaría de vida? No se le ocurría, pero imaginaba que Dios sí lo sabía, y Él decidiría cuando deberían ascender otro escalón. De lo que sí estaba seguro era que, en cada una de sus próximas vidas, volvería a encontrarla para reiniciar todo el proceso. ¿Cómo? Eso sí que ni lo sospechaba, pero estaba seguro.”