Vos y yo nos encontramos en una hora cualquiera.
Eras delgada y esbelta. Yo, más bajo y robusto.
Caminamos juntos un trecho, muy cerca uno del otro, conociéndonos, tu cuerpo y el mío rozándose, piel contra piel.
Luego, muy despacio al principio, fuiste separándote de mí.
Te alejabas pero no soltabas mi mano. El contacto se hizo leve, tenue. No quería dejarte ir así, de esa manera.
A pesar de mis ruegos y mis deseos no logré convencerte, y partiste.
Poco a poco fui perdiéndote de vista, hasta que solo quedó un dulce recuerdo tuyo, en mí.
Los cafés, las charlas, las miradas, las caricias, tu perfume, tus ojos, todo encerrado en mi corazón.
Y pasó el tiempo, y supe por otros que caminabas del otro lado de mi mundo, mientras yo seguía mi camino, lento, sin encontrar el modo de seguirte.
Cuando pensaba que ya no te vería nuevamente, divisé tu figura a la distancia y, sin temor a equivocarme imaginé tu pelo negro, suelto, jugando en el aire.
Y mi corazón se detuvo un momento... y recuperó los recuerdos.
Yo había recorrido una pequeña distancia, de solo cinco minutos. Vos habías andado durante una larguísima hora.
Pero nos encontramos con el mismo amor, el mismo afecto de ese instante anterior, en que habíamos caminado juntos.