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Cuantas lunas tendré que contar!- dijo la madre.
Miraba por la ventana, haciendo el nombre del padre y recorriendo el cielo con los ojos…
Hacía cuatro años que no lo veía. Las cartas llegaban escasamente- a veces era una -cada tres o cuatro meses. Le costaba no suspirar, hacer de cuenta que no pensaba en eso el día entero. Pero de noche, el nietito de siete años, Federico, siempre le preguntaba : “extrañás a Felipe, no, abuela?”
Eso la detonaba. La dejaba con tantas ganas de llorar que no le respondía. Además, le daba una cierta rabia por esa pregunta dolorosa que parecía clavársele y no salir de sus entrañas hasta el día siguiente, cuando veía de nuevo su hija, sus nietos…la gente en la casa, y de cierta manera se hipnotizaba con las tareas.
Todo el mundo evitaba decir algo sobre el asunto cuando ella estaba cerca.
Antonio había partido con el objetivo de ayudar a la gente de aquel país, bombardeado tantas veces por la superpotencia, que ya casi no tenía tierras cultivables.
Como investigador científico, no pensó dos veces. Ofrecieron vacancias para tomar frente en las investigaciones de mejorías de las tierras, y allá se fue él.
Treinta y seis años, tiene mi hijo- decía la madre- y que por una cuestión de generaciones, es mi abuela.
En realidad soy la otra nieta, no soy hermana de Federico, no soy hija de Felipe : Felipe estaba soltero cuando se fue, no tuvo hijos- por lo menos que sepamos.
Soy hija del tercer hijo de mi abuela. Mi abuela que cuenta las lunas. Mira por la ventana el cielo nocturno y cuenta: hoy, una luna llena más, …O entonces : hoy, es la luna numero ciento veintinueve. Luna nueva, dice ella – y todos sabemos que cuenta las lunas desde que era joven, y ahora, el numero tiene que ver con la ida de Felipe al exterior.
Nuestra abuela, desde que era novia de un soldado que se fue y nunca más volvió, agarró esa costumbre de contar las lunas. Tiene una calculadora en su cabeza de mujer obsesionada. Una calculadora que no perdona y que no se equivoca. Lleva el control como si anotara, pero nunca le descubrieron un papel. Es realmente, una manía o un resultado de su sufrimiento.
Debido a eso, sabe siempre qué luna vendrá mañana- y también nunca se equivoca. Nunca la conseguimos confundir, porque para ella, desde que yo era bien chica, hay siempre un motivo para llevar la cuenta; Pena que casi siempre lo relaciona con el dolor.
Nuestra sorpresa fue un día en que nos dijo a cada uno en que luna habíamos nacido. Mi padre fue a conferir al almanaque, y confirmó las que consiguió comprobar.
Hace ocho meses que Felipe no nos manda noticias. Las cosas se complican para la abuela, porque se pone tan nerviosa que empieza a confundir las cosas en la casa, los nombres, los días de la semana, las preferencias de todos nosotros (le pone azúcar al café de mamá y le deja sin azúcar al de Estela, la madre de Federico) y siempre hay que tirarlo, porque no lo toman. Bueno : pensando en que eso no importa mucho, pero sí el dolor que ella está sintiendo, trato de hablarle de otras cosas.
No hay caso: cuando le agarra la luna por la ventana, no quiere saber de nadie. Solo del numero que le toca a la luna de la noche. Dice que ve la cara de Felipe por tras de la esfera blanca en el cielo, así dice. Solo ella, sin duda, consigue verla. Dice que mientras vea la cara de Felipe, sabe que él está vivo.
Aún cuando ayer anunciaron bombardeos de la superpotencia sobre aquel pueblo donde está mi tío, mi abuela dice que él está vivo. Aún cuando han dicho que no se sabe el nombre de todos los muertos, aunque mi padre fue a la embajada y no consiguió saber nada, aún así ella afirma que él está vivo- y todos le creemos. Todos en verdad queremos creerle, pero no sabemos ver la cara de Felipe atrás de la luna.
A los dos días de la noticia terrible del nuevo bombardeo, la abuela se despertó mucho más temprano que de costumbre, y fue a tomar mate a la cocina sola. Lloraba, entre mates y conversaciones con el perro (Boniato) y se limpiaba la nariz grande con un pañuelito bordado. Yo la escuché y me levanté. Me quedé callada oyendo lo que lamentaba y con cierto miedo,confieso.
Decía : “no puede ser, no. Boniato, no puede ser. No consigo verle la cara a Felipe, que hago, Dios mío…” “Cuántas lunas tendré que contar? Ojalá que no pare de contar- debe ser que estoy nerviosa”- y se sonaba la nariz con fuerza.
Yo me quedé inmóvil al lado de la cristalera, medio escondida porque no sabría lo que decirle. Felipe nunca había demorado tanto en escribir a la familia.
“ Algo pasa, algo está pasando” decía la abuela. “Ayer fue la luna menguante numero seiscientos treinta y tres…”
No sé cuantos minutos o media horas pasaron, yo allí, parada al lado del mueble sin que ella o Boniato me vieran- el olfato del perro viejo ya está con defecto- pensando en Felipe y en sus bromas y juegos, en su interminable buen humor…No quería pensar en nada.
Ni en el hijo de puta, primer mandatario de la superpotencia que mandó bombardear el país aquel : tantas y tantas madres y abuelas suspirarían en su tierra por hijos que mueren en esa guerra estúpida…Mi tío por lo menos no fue a matar a nadie. Fue (quien sabe!) a morir allá…
Tocaron el timbre. La abuela no tuvo tiempo, yo me asusté y como era muy temprano para que alguien viniera, dejé mi escondite y me fui a abrir, oyendo las palabras de abuela :”vos estabas allí…”
Abrí la puerta, y la abuela gritó y corrió :
“Felipe, mi hijo querido!”
Era Felipe en la entrada, con una valija y cara de muerto de cansancio.
En el cielo la luna, tímida, aún nos miraba.